Hay historias grandes y hay historias chiquitas. Hay historias que le cambian la vida a miles de personas y hay historias que solo hablen de un universo más chiquito, más cercano, de esos que tenemos siempre a mano.
Esta es de esas historias, es la de un tipo cualquiera, uno que estudió, trabajó, tuvo hijos, cumplió con todos los requisitos que impone la sociedad. Un tipo respetado, querido, uno que tiene la cantidad justa de amigos, una mujer, un perro, muchos vencimientos.
Así como lo ves, con toda esa mochila de responsabilidades, un día, así como así, se compró una moto. Para el que no sabe, es lo mismo todo como para el que no ve, o eso dice mi madre, entonces cuando apareció este tipo con una moto nadie entendía nada. La mayoría vio el capricho, un reflejo de la edad, una forma de ponerle freno al peso de los años, asi que nadie le prestó atención.
Otro día, el tipo cualquiera se subió a un micro, pausó sus obligaciones y se encontró al pie de un cerro con una moto prestada y el culo lleno de preguntas.
Otro día, se animó un poco más y se llevó a la prole y su felicidad fue tan grande tan grande que se pausaron los vencimientos, se ordenaron los compromisos y la vida, como pocas veces, lo miró a los ojos y le hizo un guiño.
Hoy, a las 7 am sonó el despertador como todos los días, pero el tipo se levantó y no se calzó el traje ni se puso la corbata, no abrió la agenda ni revisó los vencimientos.
Su mujer lo despidió con una sonrisa.
Hace una hora que ya está en la ruta, va camino a una nueva aventura y aunque le molesta un poco el kevlar de los pantalones y la campera con protecciones, no se queja. Sonríe adentro del casco, lo esperan unos cuantos kilómetros de música y soledad. La ruta no importa, el viento siempre es otro y siempre es nuevo. El viento ordenará las ideas, despejará los problemas, se llevará lo complicado y aflorará lo simple, dejando lo que importa a mano para cuando él lo necesite.